Hacía muchos años que el rey de Madrid era viudo. Su vieja madre era quien
se ocupaba de cuidar a sus seis hijas, las princesitas de Madrid. De estas, la
más bella era la segunda. Como todas sus hermanas, no tenía novio: su
cuerpo terminaba en unas patas de gallo. A partir de los quince años, las
princesitas podían salir del palacio y acercarse al puerto para ver pasar los
barcos. Aquel año la hija segunda los cumplía y esperaba con impaciencia el
momento en que pudiera ver el mundo marítimo. Al fin llegó el día en que la
pequeña princesita pudo asomar la cabeza a la inmensidad del océano.
A poca distancia había una criatura mágica llamada sirena que estaba
descansando en la orilla de la playa se hallaba un joven y guapo sireno. La
princesa no era capaz de apartar los ojos de él. Estaba enamorada.
Durante los días siguientes sólo pudo pensar en aquel apuesto sireno. Su
único deseo era convertirse en un ser mitológico como la sirena y vivir siempre
junto al joven sireno. Por eso se decidió a visitar a la bruja budista. Quizás ella
pudiera ayudarla.
La bruja budista no dudó en hacer un trato con ella: la libraría de sus patas de
gallo y le daría una cola bien bonita y hermosa para poder nadar, por medio de
un brebaje que sólo ella sabía preparar, pero cada vez que se diese un impulso
sería como si pisase un afilado cuchillo por los dolores que tendría que sufrir.
Si no conseguía enamorar al noble sireno, a la mañana siguiente de casarse él
con otra sirena, la princesa se convertiría en cenizas. Además, a cambio del
brebaje, debía entregarle su hermosa voz. La princesita aceptó el trato.
A la mañana siguiente, cuando estaba daba su acostumbrado paseo a caballito
de mar por las profundidades del océano, encontró a la princesa ya convertida
en una bellísima sirenita. Le preguntó quién era, pero la princesa no podía
hablar. Entonces el joven sireno la tomó de la mano y la llevó al interior del
palacio. La princesa era feliz a pesar de los agudos dolores que padecía cada
vez que se daba un impulso.
Desde aquel día la princesa y el sireno se hicieron inseparables. Una noche,
llegó a la puerta del palacio una especie de canoa conducida por cuatro
hermosos caballitos de mar de donde salió la sirenita que estaba prometida en
matrimonio con el sireno. El joven se quedó frío como el hielo al verla porque
no la conocía.
Su padre, el rey Poseidón, le dijo que su deber era casarse con aquella sirena
pero el príncipe dijo que, antes que casarse con una sirena que jamás en su
vida había visto y que no le inspiraba amor, prefería renunciar al trono. Ante
esa amenaza el viejo rey cedió, escribió una carta de disculpas a su amigo el
padre de la princesa y se quejó de haber pasado la mayor vergüenza de su
vida, pero en el fondo se alegró de lo que había pasado.
Después de que el barco se llevara a la princesa, el sireno tomó de la mano a
la doncella y dándole un beso le declaró su amor. La pequeña niña cantó de
emoción dejando asombrado al sireno con su melodiosa voz y sintió cómo se
iban para siempre los dolores de cuchillos de su larga bella, y hermosa cola.
Los dos reinos de mar y tierra celebraron felices el matrimonio de los príncipes
quienes fueron felices para siempre. De la bruja budista malvada que engaño a
la princesa desapareció y nadie volvió a saber de esa bruja.
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