Hace muchos años en un pueblecito al sur de Jordania, vivía un vendedor de sillas muy humilde, bueno y amable llamado Agustín. Agustín tenía una tienda de sillas, pero no unas sillas cualquiera, sino sillas de muchos colores y formas inimaginables: sillas rosas y azules claros, sillas trianguladas, sillas redondas, sillas de los colores del arco iris… Cada semana, Agustín tenía que pedir más sillas nuevas porque se agotaban, pero, había una silla especialmente que no la vendía, el motivo no era que a nadie le gustaba, al contrario, siempre se la querían comprar. Algunas veces, le ofrecían una cantidad muy elevada por esa silla, pero Agustín siempre les decía que no. Esa silla tenía un valor sentimental para Agustín, esa silla había acompañado a la familia de Agustín durante generaciones y por eso no la quería vender. Cada día en su tienda siempre vigilaba la silla para que nadie la mirase, comprase o robase, pero un día Agustín se tuvo que ir del pueblo porque su hermano mayor que vivía en Sevilla había enfermado y tenía que ir a visitarlo y entonces dejó la tienda a cargo de su vecino. Le enseño todos los trucos para ser buen vendedor y como no dejarse llevar por la codicia y finalmente le dijo:
-Nunca dejes que compren esa silla, exactamente esa silla. ¿Me has entendido?
-Sí pero… ¿Por qué?-exclamó su vecino
-Porque esa silla ha pertenecido a mi familia durante generaciones y no quiero que nadie la compre por esa razón- le respondió Agustín
- De acuerdo no la venderé, ni por todo el dinero del mundo dejaré que se compre esa silla- terminó diciendo su vecino
Agustín como tal se fue a Sevilla para visitar a su hermano enfermo y no volvió pasados quince días. Cuando volvió a su pueblo lo primero que hizo es ir a su tienda y ver como iba el negocio pero se sorprendió de una cosa, una cosa que le dio mucha tristeza, la silla, esa silla que había pertenecido durante generaciones a su familia… no estaba. Vio a su vecino en la tienda con un saco de monedas enorme y le preguntó:
- ¿Dónde está la silla?
Y este le respondió:
- Al final la codicia me ha vencido y… he vendido la silla. ¡Pero mira cuanto dinero me ha dado! ¡Con esto podrás comprarte todo lo que quieras hasta otra silla!
- Pero yo no quiero una silla cualquiera ¡Quiero mi silla! Me has decepcionado… A ver dime a quien se la has vendido.
- Se la he vendido a un jeque árabe que se va del pueblo mañana… Lo siento Agustín… No me merezco ni una mirada tuya, lo siento, me cegó la codicia.
- Pues estoy decepcionado y a la vez triste, te avisé de que no la vendieses y aún así no me hiciste caso, sé que te ha cegado la codicia y te perdono, a sido un error –terminó diciendo Agustín.
A Agustín se puso muy triste y buscó en cada rincón, en cada roca, en cada calle, avenida o callejón, pero no encontró al jeque, al amanecer tuvo que reconocer que había perdido su silla para siempre… efectivamente. EL QUE VA A SEVILLA PIERDE SU SILLA
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